—¿No estáis cansados de que los poderosos os digan qué hacer, dónde comer y de quién alimentaros? ¿No estáis hartos de que controlen vuestra existencia hasta el punto de decidir si morís o vivís? ¿Os dais cuenta de que Camarilla y Sabbat son las dos caras de una misma moneda? Príncipes y Arzobispos, Justicares y Templarios, la Lista Roja y la Mano Negra… Unos no son más que el reflejo de los otros, y viceversa. Solo ansían volver a los tiempos del feudalismo en los que los grandes señores, ya fuera desde sus castillos o desde sus catedrales, manejaban al resto con hilos de oro, como si fueran putas marionetas. Os han tendido trampas, os han perseguido, han matado a vuestros amigos de manada —Estrella miró a Valis el Gangrel—, a vuestro amor verdadero —lanza una mirada de soslayo a Max el Drac que, cabizbajo, no levanta la cabeza—, incluso vuestro compañero Lasombra fue desangrado como un perro y dejado ahí para que lo descubrierais. ¿Es eso lo que queréis? ¿Es así como pasaréis la Eternidad? ¿De rodillas?
—No sé qué otra cosa podemos hacer… —la voz de Max estaba cargada de dolor.
—Uníos, no a mí, sino a una causa mucho más grande que todos nosotros juntos —les mostró la cruz anarquista—: La libertad.
Todos los ojos se posaron en Gael que, como todos daban por hecho, se había convertido en amante de la Setita que les hablaba.
—Yo… —miró a Estrella del Alba en busca de apoyo— siempre he pertenecido al Movimiento Anarquista. Os dije que había estado en América, ¿verdad? No estuve en México D.F. con el Regente… sino en los Estados Libres de Los Ángeles, en la Costa Oeste. Siempre fui un… agente doble.
—Paso de esta mierda de hippies a lo Podemos —quien marcó la nota disonante fue Claire, la otra Toreador, que ocupaba una posición envidiable en la Diócesis del Sabbat de Valencia—. Si quiero escuchar a PAblo Iglesias, me pongo la Sexta —se encaminó a la puerta y, antes de marcharse de un portazo, se despidió—. Encantada de conoceros.
—En fin —suspiró Estrella—, ¿quién está conmigo? —Gael le dio la mano y entrelazó sus dedos con los de su amante; estaban vinculadas y, parecía, enamoradas.
—No tengo nada ni nadie —gruñó Valis—, podéis contar con mis garras.
—Yo estoy totalmente perdido —sorprendió Leo, el Malkavian neonato que solo observaba y que acababan de conocer—. Más allá de mi Sire (quien por cierto siempre anda perdido), no conozco a nadie más. Aquí, con vosotros, puedo… aprender quién o qué soy ahora.
—¿Max? —Estrella lo llamó, pero, como respuesta, el Tzimisce cruzó la habitación sin mirar a nadie y se marchó sin decir nada—. Dejadle. Debería estar solo y decidir sin tanto… dolor encima. Pero me place lo que veo aquí —apretó la mano de Gael y sonrió—. Id a la cama. Mañana empieza el primer día del resto de vuestra No-Vida.
Continuará en Escape from Valencia (próximamente), un nuevo volumen de Mediterráneo Nocturno.