Mediterráneo Nocturno: Wild Puss in Boots

Tras un tiempo de descanso, sin saber de nuestros vampiros favoritos, volvemos a Mediterráneo Nocturno para contar lo acaecido la noche que nuestros queridos Max, Leo, Valis y Gael (con Claire inconsciente tras su brutal Frenesí) escupieron a la cara del Arzobispo Joan asesinando (y diabolizando) a su amante, el «joven» Ivan, destruyendo a varios Lasombra de las Corbatas Negras, y poniendo patas arriba toda Valencia, accidentes de tráfico múltiples en la Ronda Norte incluido. Recapitulando: Todos fueron a esconderse en el cementerio de Benimaclet (Valencia), Claire cayó sin sentido en una tumba abierta que estaba excavando ni más ni menos que Max (suponemos que para su novia Tremere de la Camarilla, asesinada por el Arzobispo). Pero, ¿y ahora qué?

Tras decidir que no podían abandonar a Claire a su suerte —en unas horas, el Sol daría buena cuenta de ella—, consiguieron robar un coche y meter a la Toreador desnuda e inconsciente en el maletero. La huida comenzaba y no parecía que más percances les atosigaran.

Una vez en carretera y sabiendo ya que el asesinato de la manada de Valis había sido cosa del Arzobispo, desecharon la idea de guarecerse en Utiel, y se dispusieron a viajar al lugar de donde un recién abrazado Leo huyó: Castellón, el baluarte perdido por el Sabbat de Valencia. El viaje transcurrió sin novedades hasta que, al intentar tomar el desvío a Villarreal, se encontraron con un control de la Guardia Civil. Allí, en plena noche y en medio del campo dos todoterrenos de los picoletos les impedían el paso. Uno de ellos se les acercó. Grande, musculoso, peludo, les invitó a desviarse un poco, fuera de la autovía, y seguir por carretera nacional. Sabiendo que lo mejor era no llamar la atención, nuestros cainitas obedecieron, pero una vez por la carretera secundaria, uno de los Jeeps de la Benemérita les hizo luces para que se desviaran por un estrecho y oscuro camino de cabras. El mio hizo mella en Max, que de un volantazo los metió a todos por dicha vereda. Fueron minutos largos, oscuros e inciertos hasta que, al fondo, divisaron luces que titilaban en la noche. Y la Guardia Civil, los dos coches que se encontraron antes, detrás de ellos, siguiéndolos.

Al llegar al final, se encontraron con que el camino terminaba en un claro bastante amplio, iluminado por las luces provenientes de una enorme masía. Allí aparcados, al menos media docena de todoterrenos, 4×4, y demás coches de campo voluminosos, esperaban aparcados en perfecta simetría. Y ante ellos, con una sonrisa bajo el mostacho tan poblado como sus cejas, y una actitud tranquila, les recibía un gigantesco hombre de brazos como tronchos, tez oscura, cuello de búfalo y una caja torácica ancha como un armario empotrado.

—¡Bienvenidos! —bramó— Sed bienvenidos a mi humilde morada, y a mis dominios —nuestros personajes se acojonaron más que nunca cuando vieron que los ocho guardias civiles que se encontraron en la carretera, los habían seguido, habían aparcado, y se mantenían rectos y serios a una distancia prudencial, de brazos cruzados—. Me presentaré: soy Camilo Sánchez, Príncipe de Castellón… pero podéis llamarme «El Gato Montés.»

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Camilo Sánchez «El Gato Montés», Príncipe de Castellón

Tras unos momentos tensos, de preguntas, explicaciones —y meter el cuerpo desnudo e inconsciente de Claire en el maletero del coche—, nuestros cainitas entraron en la casa del Gato. Este los sentó a su mesa mientras él la presidía bajo la inmensa cabeza cortada de un colosal Garou que adornaba la chimenea, y mientras su esposa, María, les servía copas a todos —mirando, eso sí, con desconfianza, a Max—, algunas botellas de sangre fresca y una bandeja con un refrigerio a base de su receta secreta a base de sangre coagulada. Unos momentos incómodos de silencio y varias risotadas después, la aparición de un vampiro que se sentó con ellos, a la mesa, destapó todos los misterios para los que no tenían respuesta. El vampiro se trataba ni más ni menos que del Sire de Leo. Este le explicó —dentro de su locura— que lo hizo huir de Castellón hacia Valencia sin ningún tipo de información tras su abrazo —que no es que fuera poco tiempo, más bien es que la locura hace que el tiempo en la cabeza del loco pase de manera… diferente— para protegerlo. Y, como afirmó ante el evidente enfado de su chiquillo, había funcionado. El Gato Montés, por su parte, desveló a Valis la verdad: Los Gangrel de Requena-Utiel estaban pensando, no solo abandonar el Sabbat de Valencia permanentemente, sino que se encontraban en negociaciones para pasarse al bando de La Camarilla. Así, el mismo Arzobispo Joan envió un destacamento de Templarios con Iván a la cabeza, y asesinaron a todos los Gangrel de la zona. A todos menos a Valis, el único que no sabía nada de los tejemanejes de su manada. Tras el embotamiento y el colapso por exceso de información, El Gato los invitó a quedarse a dormir pues, a la noche siguiente, habría una sorpresa.

Cuando hacía apenas un par de horas que había amanecido, el mismo Gato los despertó sonoramente con una estupenda noticia: él mismo dirigiría una Caza de Sangre hacia los las tierras colindantes con la Archidiócesis de Valencia… a matar Sabbats. Y les invitaba a participar en ello.

Próximo Capítulo… «La Caza del Noviembre Rojo»

 


[Nota: La ilustración es © Oleg Aleinikov]

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