Mediterráneo Nocturno: Valencia, Interludio III (parte 1)

Un mensaje la había alertado. Un mensaje de Estrella del Alba:

Ni se te ocurra ir a esa «fiesta» del Arzobispo. Te espero en la Estación del Norte.

XXX

Estrella

Gael se dirige rauda al lugar de encuentro. Una vez allí, recibe otro mensaje:

Dentro. En el japonés.

Intenta parecer tranquila, pero mira de reojo las paredes de cristal que dan al exterior.

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Imágenes de la dibujante Leila Leiz

—Estrella, ¿cómo estás tan segura de que va a pasar algo? —Gael se sienta junto a la Setita, que da vueltas a un té verde que ni ha probado.
—Me dedico a investigar, cariño, ¿recuerdas? —coge el vaso y hace como que bebe, mojándose solo los labios sin quitar la mirada de los alrededores—. Me he enterado poco antes que vosotros de la muerte de vuestro compañero, pero ya íbais de camino. No he podido avisarte. No me gusta. No me gusta nada de esto. Justo antes de enterarme, Ivan, el amante del Arzobispo Joan, me ha dicho que ya no se requerían mis servicios. No sé qué está pasando por la cabeza del vampiro que gobierna esta ciudad pero, aunque es una falta de respeto rechazar una invitación directa del Arzobispo, esto no parece una fiesta normal.
—Yo… Les dije que no debíamos ir. Quizá hubiéramos podido excusarnos a su secretario por la investigación. Han quemado pruebas, no saben nada de Abad y solo queda esto —saco la lista de direcciones con las anotaciones— Pero todo es muy confuso. No se qué conexión hay entre… nada. ¿Hay algo que ver en alguna de estas tres? ¿Sabes algo más?
—Sabemos que la manada de tu compañero el Gangrel fue asesinada al completo, ahora el Lasombra ha muerto… —se detiene a pensar— No parece estar relacionado ni con «Abad» ni con los pasquines… Esto parece otra cosa. Un ajuste de cuentas… o la eliminación de testigos pero, ¿de qué? ¿Qué podéis saber alguno de vosotros que asuste tanto al Arzobispo? —le coge la mano y busca sus ojos—. Al final de esta noche pensaba darte el último paso de la Vinculación, querida mía, y podré obligarte a decirme cualquier cosa que necesite saber… pero preferiría oírlo de tus labios. Dime, ¿hay algo de ti que deba saber y no me hayas contado? ¿Algo que hicieras en el pasado? ¿En tu viaje a América?
—No puedo contarte nada aquí…
—Pues guíame —se levanta y le da la mano—, confío plenamente en ti.
—Tú acuerdate de eso.

 

Salen de la estación y pasan en silencio el pasaje junto a la plaza de Toros. Ruzafa va despertando como lo hace todos los fines de semana: abarrotada, ruidosa y, en definitiva, espléndida. Cruzan Xermanies adentrándose a paso ligero, esquivando mesas y gente lo suficientemente «contenta» como para no reparar en ellas.

—Es evidente que has vivido unos cuantos años más que yo. Y dudo que pueda pillarte por sorpresa. Pero entenderás que lo que hago y lo que he hecho ha sido para sobrevivir. Si quieres parar en cualquiera de estos bares… pero te voy a llevar al lugar más seguro que tengo.
—¿Tu rincón secreto? —bromea frívolamente intentando apartar el creciente temor que crece en ella; si las Cazas de Sangre de La Camarilla dan miedo, las Cazas Salvajes del Sabbat son terroríficas. Pobre de todo aquel que un Arzobispo tenga en su punto de mira—. Llévame donde quieras, ahora soy yo la que confía en ti.
—No estamos lejos, pero… Bah, para qué perder la magia…

Una enorme puerta de chapa sin carteles y sujeta por dos miembros de seguridad parece respirar más adelante. «Hangover» de Taio Cruz hace vibrar las paredes y suelo de la entrada como si fuera papel y ellos ni se inmutan, permitiendo, sin mucho miramiento, un goteo constante de gente tanto para entrar con alegría como para salir ya viciados, la mayoría con una fina y brillante capa de sudor. Caminan con prisa dentro de la gran discoteca disimulada tras la puerta de chapa. La barra está en uno de los laterales y había más copas en ella que gente para beberlas. Además de todo el gentío que llena el local, solo hay lugar para el suelo pegajoso y un olor de alcohol y sudor que le da cierto encanto juvenil.
Gael encierra a Estrella entre sus brazos contra la barra, besando su cuello, subiendo cerca de su oreja para susurrarle.

—Me encantaría que tuviéramos toda la noche aquí, pero algo no va bien. Pide algo y ven conmigo a los baños.
—Hecho —la Setita levanta una mano y dos dedos mirando a la camarera con una sonrisa y un movimiento de los labios, y sin emitir un solo sonido, tenía dos whiskys en la mano. Al soltar el billete sin esperar el cambio, cierra los ojos sintiendo los labios de la Toreador—. Me tomo yo las dos copas y luego tendrás mi sangre aderezada —se pasa la lengua por los labios con sensualidad y parsimonia—. Ahora vamos a los baños.
—Te iba a disfrutar con whisky… —la Toreador muerde su labio inferior— o sin él —
le toma la mano llevándola hasta el final de la barra, donde un estrecho pasillo da paso a dos puertas paralelas. Una chica de dudosa mayoría de edad sale de los baños bastante perjudicada y la puerta, absolutamente abierta, les invita con cierta intimidad.
Abre las puertas de los únicos dos cubículos para comprobar que no hay nadie y cierra la puerta principal con pestillo—. Yo… —la atrae hacia ella, dejándola a escasos centímetros y susurrándole rápida y atropelladamente— mi Abrazo fue en Barcelona, mi carrera fue allí y maté al Abad que conocia. También hago trabajos para… ellos y a USA me fui intentando abarcar mas de lo que podía…
WhatsApp Image 2017-12-01 at 15.56.47—Sabía lo de ese Abad —aprovecha la cercanía para abrazarla y meter las manos bajo el jersey que le prestó, colocándolas sobre los fríos y suaves costados— ¿Quiénes son «ellos»? Y, ¿qué intentabas… «abarcar» en EEUU?
—Camarilla —dice entre dientes, bajando aún mas el volumen—. Vamos a estar un rato más por aquí o, si quieres que te cuente más, luego ven conmigo —quita el pestillo y vuelvo a abrir la puerta, dándole paso—. ¿Qué me dices?
—Que me pone acostarme con una espía —sonríe jugosa—, además —cogebuna copa abandonada de la barra y la huele— yo también hice mi trabajo los para ellos en su día…
—¿Para los Anarquistas también? —le toma la mano de la copa mirándola fijamente—. A eso fui a EEUU.
—Creí que nunca me lo ibas a contar —murmura Estrella dejando algo metálico en la mano de Gael.

Continúa en Interludio III, parte 2

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